La caja de dientes cayó en el inodoro justo cuando el anciano había terminado de hacer su diligencia matutina e intentaba tomarla del lavamanos para ponérsela de nuevo en la boca. La sacó de allí haciendo gestos de horror. La lavó con cloro, la puso a hervir y la cepilló frenéticamente por largas horas. Volvió a ponerse la caja de dientes cuando se convenció de que estaba realmente limpia. Pero, nadie en la familia entendía por qué el abuelo llevaba semanas cubriéndose la boca con la mano cada vez que hablaba.
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