martes, 8 de septiembre de 2020

Destino galletas.


Desde que llegó a la casa en una de las bolsas plásticas de supermercado supe que sería inevitable nuestro encuentro... y así sucedió. Se pasó la noche entera llamándome en la distancia mientras yo procuraba escribir lo más rápido posible la tarea que tenía encomendada. A media madrugada ocurrió lo que tantas otras veces ha sucedido: me puse de pie con la excusa de estirar un poco mis piernas y brazos, fui al baño sin intenciones específicas y al salir vacilé un poco, haciendo un giro imprevisto y...allí iba yo rumbo a la cocina... abrí la alacena y extraje aquel paquete en forma de tubo que se anunciaba como una de esas galletas dulces redondas que por no ser tan voluminosas tienden a engañar al que se atreve a consumirlas y... sí... ya puedes deducir el final. Al principio fueron sólo dos, una confirmación de mis sospechas, luego otras dos para recordar con exactitud lo que sentía en la infancia al consumirlas, aunque nunca fueron de mis favoritas, luego otras dos porque la sensación fue agradable, para celebrar... y otras dos para decidirme a cerrar el paquete y no regresar allí en par de días. Sí eso es lo que haría. Al menos eso era en teoría. Volví a escribir, más entusiasmado que antes, estuve a punto de abandonar pero seguí hasta el próximo capítulo... ¡Cuánto esfuerzo! Eso merecía un premio, así que fui de nuevo a la cocina y  retiré el resto del paquete de galletas que había dejado estratégicamente más cerca que antes, encima de la nevera, al lado de la puerta de la cocina. Me retiré sigiloso a la habitación, como no queriendo despertar sospecha del accionar subrepticio en que había incurrido y...aquí estoy dedicando unas líneas a las galletas que hicieron posible que terminara mis estudios esta madrugada.