Era la tercera empleada que Estervina despedía en ese mes. A todas les advertía acerca de la comida de Hipólito, su adorado chihuahua. Al final todas sucumbían a la tentación y… mordían. "¡Muertas de hambre! —Decía Estervina en voz alta, hablando con el perrito— ¿Qué se han creído? De ninguna manera dejaré de comprar filete de primera calidad para alimentar a mi lindo cachorrito".
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