Cierta vez hice un pacto con
alguien a quien consideraba uno de mis mejores amigos… nos unimos en un mismo
sentir para lograr un objetivo. Hoy en día sonrío al pensar en tanta ingenuidad
que teníamos, o al menos que yo tenía, porque de verdad creí posible el
cumplimiento de aquel pacto, pero debimos renovarlo unas tres o cuatro veces,
enmendarlo, modificarlo, etc. pero nunca pudimos cumplir con lo pactado. ¿Qué
sucedió? Es que aquel pacto poseía todas las cualidades de los asuntos terrenales…
tan humanos. Suele suceder que cuando se pacta algo entre dos personas, sin
importar cuan cercanos o emparentados estén, uno de los dos, o quizás los dos,
están sumamente pendientes del primer error del otro para poder romper aquella ligadura.
¡Siempre listos para mirar la paja en el ojo ajeno! Así solemos actuar los seres
humanos.
El plano espiritual es completamente
distinto, porque lo espiritual no se rompe ni caduca hasta que todo está
cumplido. Esto siempre que lo espiritual provenga de Dios. El más claro ejemplo
de lo aquí expuesto es el pacto que hizo el Todopoderoso con el pueblo de Israel,
primero con Abraham y luego con sus descendientes: Isaac, Jacob, Noé, Moisés…
hasta que obtuvieron la tierra prometida encabezados por Josué. Así cumplió
Dios la promesa que hizo a Abraham.
En los tiempos actuales, el
Señor vive pendiente de ti y desea hacer un pacto irrompible contigo. Él te
dará la vida eterna y una vida plena y satisfactoria en el tiempo presente y lo
único que tienes que hacer es aceptar la salvación de tu alma: confesando un
arrepentimiento sincero de todos tus pecados y declarando que aceptas a Cristo
como tu Señor y Salvador. Ese pacto no se rompe nunca pues Dios te creó y sabe
tus fortalezas y debilidades, por eso está siempre dispuesto a perdonarte y
guiarte sin importar cuantas veces falles o cuán difícil se torne el camino. ¡Cristo
es un verdadero amigo!
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