Miércoles le preguntó a Martes: "¿por qué será que siempre tengo que hacer las cosas que tú has olvidado o no terminaste? Me agradaría que aclararas esa cuestión". Martes quedó pensativo por un momento y luego dijo: "Tendría que hacerle la misma pregunta a Lunes. Es más, eso haré y mañana te digo la respuesta". En esas quedaron y cuando Martes habló con Lunes, este le respondió que Domingo asistía a la iglesia en las mañanas y en las tardes organizaba los oficios pendientes de Sábado para transferírselos a él. Tras una prolongada insistencia de
-Lunes, Domingo accedió a consultar el asunto con Sábado a lo que este replicó: "Viernes a menudo se pasa de contento, quiere fiestear y bailar desde temprano en la tarde y como yo tengo que limpiar, lavar y recoger todo el desorden que ustedes dejan, pues debo delegar el encargo que me queda. Pero le reclamaré a Viernes sobre su actitud tan gozosa". Viernes, al ser cuestionado sobre el particular, contestó que no creía conveniente él cambiar su naturaleza, porque esa forma de ser le había permitido tener popularidad con la gente y que al fin y al cabo fueron ellos, la gente, quienes lo hicieron ser como él es. Añadió que Jueves le enviaba tantos compromisos que ni loco que él fuera podría pretender cumplirlos todos, por eso precisaba apoyarse en sábado irremediablemente. Motivado por la inquietud de Sábado, Viernes invitó a Jueves a una fiesta sorpresa que tenía y decidió inquirir acerca del tema que los demás días andaban indagando. Jueves, algo incómodo al verse interrogado por Viernes, aseveró que el responsable de todo era Miércoles, ya que cada vez que se veían le encomendaba un cúmulo inmenso de trabajo y por más que él se empeñaba nunca lo terminaba. No satisfecho con explicar a Viernes lo que sucedía en sus horas, Jueves comunicó a Miércoles seriamente que ya no quería seguir realizando sus faenas pendientes. Miércoles insistió en que fue él quien inició la reclamación y que no era justo que toda la culpa recayera sobre sus veinticuatro horas de existencia, armando un gran alboroto. Los días se amotinaron, exigiendo la intervención de la supervisora, doña Semana, para que les diera una explicación, esta fue corriendo a la oficina de don Mes quien llamó de manera urgente a Año para que solucionara la calamitosa situación. Año se presentó pausadamente al lugar y todos quedaron sorprendidos de lo calmado que lucía al iniciar su conversación. "Debo decirles queridos días que la experiencia que hoy están viviendo lo hablamos hace siglos nosotros los años con el señor Tiempo y en la actualidad cada año cumple su tarea invariablemente alegre y disfrutando el supervisar los 365 días que nos toca trabajar. No nos quejamos, primero: quejándonos nada ganamos; segundo: invertimos nuestra energía en cumplir a cabalidad nuestra responsabilidad y en eso encontramos satisfacción; tercero: nos sentimos dichosos detener la oportunidad de servir a la humanidad los 365 días que representan cada uno de ustedes y la única manera en que seremos conmemorados y ocuparemos un lugar en la historia de los hombres es si creamos grandes obras y las fabricamos con excelente calidad, de lo contrario permaneceremos sepultados en el baúl del olvido… Como entenderán, el resultado de lo que somos es lo que nos da la importancia por la cual seremos recordados". Los días se pusieron de pie emocionados y paulatinamente comenzaron a aplaudir el discurso del señor Año y se abrazaban entre ellos mientras se pedían disculpas y exhortaban a sus compañeros a seguir compartiendo sus labores, pues estarían orgullosos de finalizarlas. Desde aquel día nada similar ha ocurrido entre los días, porque adoptaron como una tradición el hacer las cosas eficientemente bien, anhelando en sus corazones pasar a la historia y ser inmortalizados como días maravillosos en los cuales quedó claramente plasmado el fruto de sus trabajos.
Moraleja: cada día es su propio día y aunque nadie quiere dejar para mañana lo que puede hacerse hoy, ninguno piensa que está haciendo el trabajo del otro sino que está haciendo lo que le corresponde, entendiendo que cada día trae su propio afán.