Celebraba su cumpleaños al estilo
caribeño: en Jamaica bailó la música que caminaba en la noche y escuchó acordes
que invitaban a caminar sobre ella… Caminar sobre la Luna; iluminó los
yacimientos petroleros de Trinidad y Tobago; y en San Martín, a más de uno dejó asombrado con
su cadencioso vaivén. Sí, la estaba pasando bien. Se detuvo en Puerto Rico, en
el Viejo San Juan, donde presenció una propuesta de amor bajo la luna llena, que
sonrojó sus mejillas. Vio en el Morro a un viejo amigo, se trataba de un poeta que
hacía años había conocido. Mirando a sus pupilas preguntó: “dime poeta ¿No
quieres hablar conmigo?”. El poeta borinqueño la miraba como pareciendo
descubrir sus intenciones, “¡Ah! Pero si es la Luna rompecorazones”. Luna
sonrió divertida, le gustaba ser calificada, aunque fuera injustamente, al
menos sabía que no podía ser ignorada. “No fui yo la culpable de tus
desventuras, recuerda amigo poeta, yo tan solo soy la Luna”. “Dijiste que ella
me amaba”, replicó el poeta borinqueño. “y de verdad te amaba, eras el hombre
de sus sueños… pero aquel galán llegó a su vida cargado de lujos y dinero… Fue una noche de ronda. No, esta noche no he de hablar de tristes devaneos… adiós
poeta, hasta luego”. Y se alejó contemplando su reflejo en el Atlántico… admirando
su propia hermosura. Se preguntaba “¿Hasta cuándo habrán los hombres de decir:
Luna, dime tú si ella me quiere?”. Puerto Plata, novia del Atlántico, exhibía
las blancas arenas de Sosúa, sobre las cuales, un turista italiano meditaba sobre los enigmas de la Luna. El malecón de La Habana le trajo tantos recuerdos
que no pudo evitar posarse en su orilla con deseos de soñar. Un poeta habanero la miró a lo lejos y le expresó: “Dime, encantadora Luna ¿Llegaré a ser algún
día tan grande como Martí?”. "Pobres soñadores", pensó la Luna, "no saben que en la Tierra no hay grandeza alguna, que son fútiles sus deseos y vanas sus ilusiones y que el amor no se obtiene deshojando flores". “Serás tan grande como
tus sueños, tan grande como a otros puedas servir… la grandeza, poeta, reside dentro de ti”. Se alejó bailando entre las nubes y perdió sus aretes en el fondo del mar.
El merengue dominicano hacía estremecer las
olas del mar Caribe y alborotaba el viento. Un poeta quisqueyano danzaba
entusiasmado y entonaba canciones en el malecón de Santo Domingo: “La Luna ya no es la novia del poeta…”. La Luna paseaba de un lado a otro, a veces cantaba,
otras veces bailaba, pero el poeta quisqueyano no la miraba. Preguntó, casi
indignada: “¿Qué te traes dominicano? ¿Acaso no ves que el mar Caribe está
asombrado de mi belleza…? Dime, ¿Por qué me has ignorado?”. El poeta
quisqueyano detuvo su baile para contestar: “Querida Luna, no tengo tiempo para platicar”. La Luna no podía creer lo que escuchaba. “¿Acaso no sabes que soy la
musa inspiradora de suspiros y estrofas enamoradas?”. El poeta respondió: “y yo
soy el dueño de la brisa y del mar Caribe entero, soy el dueño de la playa y de
mi tierra que tanto quiero”. La Luna pasó de la indignación al asombro, miró
desconcertada como aquel poeta quisqueyano bailaba y bailaba mientras la
ignoraba. “Poeta, ¿Podría bailar contigo?”, tímidamente preguntó la Luna. El
dominicano tendió su mano y estrechó la cintura de la Luna. Bailaron toda la
noche, siguieron bailando hasta la madrugada. Se despidieron con la promesa de
volver a bailar, pero aquello nunca sucedió. Había sido la despedida de soltero del poeta quisqueyano y la noche siguiente encontró al poeta estrechando otras manos y sintiéndose enamorado… su vida era afortunada en los brazos de su amada. Luna sigue visitando el mar Caribe, sigue creyendo ser la dueña de los suspiros y la provocadora de los bríos, pero nunca olvidó al poeta quisqueyano. Cada cumpleaños suyo lo celebra cantando boleros y merengues… danzando sola, danzando sobre el Jaragua. sábado, 17 de agosto de 2013
Inspiraciones de la Luna.
Había sido un largo recorrido el
de aquella noche, cumplía cuatro mil trescientos millones de años desde que
orbitaba el sistema solar, por eso quería celebrar. Acuatizó en el centro del
golfo de México, era un precioso rayo de Luna… un rayo que de ella salía. Se
sintió traviesa al pasar por las Antillas Holandesas, compró unos aretes
europeos en Curazao y se hizo tejer trenzas en Aruba. Estaba tan contenta de
ser la Luna. Ser satélite de la Tierra tenía sus ventajas, muchas ventajas. Si
hubiera contado los suspiros enamorados que a ella, durante siglos y siglos, la
humanidad le dedicaba… habría podido
llenar la Vía Láctea de tanto suspirar. “No soy coleccionista de suspiros”,
repetía una y otra vez, “prefiero las canciones escritas para mí”. Eran sus
frases favoritas, aquellas que gritaban a los astros que ella era la Luna, la
que inspiraba poetas, la que arrancaba
suspiros, la que movía las olas del mar a su antojo y encendía en los hombres
nuevos bríos.
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