El rey David, en un
momento en que ha debido abandonar el reino por la traición de su hijo Absalón,
pide al Señor misericordia y que lo juzgue conforme a sus hechos, pero no exige
ni reclama por creerse más justo y digno que lo que está recibiendo. Esto puede
leerse en el capítulo siete del libro de Salmos, que muestra lo que es, según
mi parecer, la manera idónea de pedir el auxilio de Dios en tiempos de
angustia, en contraposición a lo que leemos en el libro de Job, en el que Job
exige y demanda, reclamando ser justo y no merecer lo que ha obtenido. Incluso,
lo que acontecía a David es el resultado de la traición que hizo a uno de sus
valientes llamado Urías, cuya esposa Betsabé fue llamada a palacio por David
para acostarse con ella mientras Urías estaba en medio de la batalla
defendiendo el reino.
Reflexionando sobre esta
comparación de Job y David pienso que el Señor hace las cosas por el bien de
nuestra salvación, para nuestro crecimiento espiritual como una humanidad que
fue creada para elevar su condición a un nivel superior. También pienso que,
sin importar cuan rectos y justos puedan ser los hombres, siempre tendrá el
Señor evidencias de nuestro accionar que serían suficientes para declararnos
culpables y merecedores de castigos, pero su misericordia nos mantiene a salvo
y su perdón nos redime.
Dos hombres de Dios; Job y
David, uno exigía explicación de sus calamidades y el otro aceptaba
estoicamente el designio de su Creador, pero solamente Job fue reprobado en su
accionar mientras que de David se dice en la biblia que era un hombre según el corazón
de Dios (1 Samuel 13:14; Hechos 13:22), todo a pesar de haber sido un hombre de
guerra y haber incurrido en muchos errores humanos. Porque Dios ve con buenos
ojos a los que aceptan la corrección que llega de sus manos.