Humildad es la cualidad exhibida por un rey, rey de reyes para ser exacto, que tolera con estoica mansedumbre la insolencia de un funcionario gubernamental de quinta categoría que osa interrogarlo como si fueran iguales. Y este funcionario, un tal Pilato, profiere palabras en forma cuestionadora acerca del título que ostenta su honorable interlocutor: "¿Eres tú el rey de los judíos?". ¡Cuánta insolencia en una sola persona! Ni siquiera le bastó que su propia esposa lo llamó detrás de la cortina para advertirle que en sueños había recibido la confirmación de que ese a quien él osaba interrogar de igual a igual era algo sagrado… venerable y que por tanto debía ser respetado. Y el rey contestó con cuatro palabras tan cortas como el pronunciamiento de quien intenta no ofender y prefiere impedir que su aliento atraviese el espacio comprendido entre sus labios y los otros oídos: "Tú lo has dicho". Eso fue todo lo que dijo, que él mismo lo había dicho, sabiendo que el ego de aquel funcionario de quinta categoría, subordinado a la administración de un paraje lejano, muy alejado de los grandes palacios del imperio romano, podía verse ofendido si intentara explicarle su origen y para qué vino. Y es que a veces mejor es callar la verdad si al otro no le interesa escucharla o no está preparado para hacerlo. De haberle dicho Cristo en esos momentos que todo el imperio romano era solamente una ligera insignificancia comparada con el reino que a él le tocaba gobernar, que no era rey de los judíos sino el rey de todos los reyes del universo entero, que había venido a la tierra para salvarlo a él aunque se llamara Pilato, y no sólo a él sino a todos los romanos, judíos, árabes, asiáticos y a la humanidad en su totalidad… no, Pilato no lo habría entendido. Peor aún, seguro que la confusión dentro de su cabeza lo hubiera empujado a ordenar que trajeran dos sillas y unas copas de vino para ver si algún día pudiera entrar en él tanta sabiduría como la que de su interlocutor salía. Tal orden interrumpiría el cumplimiento de la profecía y no… eso nunca pasaría. Su cita con la muerte estaba sellada por el Todopoderoso, como una muestra de amor y misericordia por su creación… Cristo tenía una cita ineludible con la crucifixión.