jueves, 19 de abril de 2018

El hombre que encontró la verdad (cuento breve).

Cierto hombre al que tildaban de ingenuo e idealista decidió recorrer el camino más angosto y empinado de la vida en procura de conocer la verdad. Se despidió de sus padres y hermanos, y salió de su pueblo con paso firme rumbo a lo que él creía su destino. En una de sus paradas conoció a una persona que le brindó su amistad. Como el hombre aprendió el valor que tiene un amigo de las enseñanzas de sus padres, quiso dar a aquella nueva amistad el mismo tratamiento que recibió de sus progenitores. Al principio congeniaron a la perfección, compartían recuerdos, risas y canciones, pero un día fueron contratados para realizar un trabajo bien remunerado en uno de esos pueblos del camino y ambos se empeñaron en cumplir con excelencia y rapidez con lo encomendado. Pronto el trabajo estuvo terminado y aquella noche celebraron y brindaron por el éxito obtenido. La mañana siguiente el hombre despertó y buscó a su amigo sin encontrarlo. Luego se enteró que el nuevo amigo había cobrado el pago del trabajo realizado y partió raudo y veloz con rumbo desconocido. Lamentó en su corazón aquel desenlace, mas, valoró la gran enseñanza que todo aquello contenía. Unos cuantos centavos significaban el precio de aquel falso amigo y al mismo tiempo le aseguraban al hombre que la amistad no siempre se cimentaba en la verdad. Sonrió optimista y siguió su camino. En otra de sus múltiples paradas la vida le presentó al amor de una mujer. A primera vista se conocieron y entregaron sus corazones el uno al otro. En poco tiempo llegaron a amarse con pasión y locura desmedida. Prometieron nunca separarse y amarse hasta el fin de sus días. Él complacía todos los caprichos de su amada, se esmeraba en tratarla como a una reina y llenaba su tiempo del amor que por ella sentía. Un día ella le pidió que le construyera una casa en la que vivieran para siempre felices los dos. Él quedó pensativo por largo rato sin contestar, al final le dijo que una construcción de esa magnitud le llevaría mucho tiempo y ella tendría que ser paciente y saber esperar. En realidad lo que él quiso decir a su amada fue que aún el palacio más majestuoso de la historia sería poco comparado al gran amor que por ella sentía. Pero ella no lo entendió. Al día siguiente, cuando el hombre regresó de sus labores, traía consigo los planos y el presupuesto para iniciar la construcción deseada por su amada. Encontró la casa sola y vacía. Ella se había marchado sin dejar siquiera una nota de explicación. Indagó en el pueblo y allí se enteró que en la historia de aquella mujer él ocupaba un número más de los tantos amores que se le habían conocido. Se sintió agradecido de haberse dado cuenta a tiempo y por un breve instante pensó que la dicha del cielo le había librado de construir un hogar en el que sólo la mentira reinaría. Siguió su camino y sonriendo pensaba que en todos lados descubría parte de algunas verdades, pero todavía no encontraba el significado más puro de la verdad. La más fructífera de las paradas la realizó en las afueras de un pueblo muy lejano, en una modesta casa de la cual veía entrar y salir a muchas personas. Preguntó a uno de los lugareños quién vivía allí y le informaron que el hombre más sabio de toda aquella región residía con su familia en aquel humilde hogar. Todos acudían a él cuando no sabían encontrar por ellos solos la solución de sus dilemas. El hombre celebró aquella noticia, por fin hallaría a alguien que le indicaría como llegar a conocer la verdad. Se dirigió a la vivienda del hombre sabio y se presentó ante él con una enorme sonrisa de satisfacción por conocerle. Creía con todas sus fuerzas que había llegado al lugar indicado. Cinco años de recorrer caminos y pueblos distintos, de conocer personas tan diferentes entre sí, de muchas alegrías y pocas tristezas, esperanzas y desconsuelos… sí, valía la pena recorrer el camino con tal de descubrir el verdadero significado de la verdad. Un anciano lo recibió sentado en una mecedora debajo de un flamboyán. Lo invitó a tomar asiento a su lado mientras le decía: "Adelante hijo, veo que ya llegaste". Las palabras del anciano llenaron de confusión al recién llegado, quien no pudo evitar preguntar si ya le conocía. El anciano le explicó que debía gran parte de su sabiduría a que siempre escuchaba con atención lo que la gente decía. Sí, sabía de un hombre que recorría los caminos intentando encontrar el verdadero significado de la verdad, y al verlo comprobó que encajaba con la descripción que escuchó repetidas veces sobre su persona. El hombre vaciló un instante pues ignoraba si sería prudente preguntar cuántas cosas más sabía sobre él. Permaneció en silencio unos minutos que parecían eternos y el anciano le dijo: "Pregunta sólo aquello a lo que puedas sacar algún provecho. Lo demás suéltalo al viento y si está de ti saberlo algún día te enterarás". El hombre platicó con el anciano largas horas hasta que llegó el anochecer. El anciano lo invitó a pernoctar en su vivienda, con su familia, y el hombre aceptó gustoso. Durante varios días escuchó al anciano conversar sobre tantos temas diversos lleno de sabiduría. Incluso le permitía escuchar asuntos que otros le planteaban, siempre y cuando esos otros estuvieran de acuerdo. Al cabo de varios días, el anciano comunicó al hombre que el momento esperado por él se encontraba próximo. Le entregó un sobre sellado y un mapa que contenía un atajo por entre las montañas que lo conduciría a su destino final con el significado de la verdad. Lo encareció a abrir el sobre solamente cuando llegara a su destino. Esa noche platicaron hasta bien entrada la madrugada y luego fueron a dormir. En la mañana, el anciano se despidió del hombre y le invitó a volver cuando quisiera, asegurándole que sería más que bienvenido a visitar de nuevo su humilde hogar. El hombre se despidió con un nudo en la garganta, sentía un cariño sincero por aquel sabio anciano. Se internó en los montes, subió montañas, caminó entre atajos y veredas, flores y malezas, ríos y arroyos… hasta que por fin llegó al lugar más hermoso que sus ojos jamás presenciaron. Por lo menos así lo veía desde lejos. Tuvo que acercarse mucho antes de comprobar que se encontraba de regreso en su pueblo natal. Se dijo a sí mismo que debió haber extraviado el camino en algún lugar. Sacó el mapa y verificó que ciertamente su recorrido correspondía con las indicaciones que el mismo contenía. Notó que su pueblo lucía cambiado. Existían nuevos negocios y plazas comerciales, las calles adornadas y extremadamente limpias le recordaban los días en que visitó grandes y lujosas ciudades en otros países lejanos. Estaba sorprendido… ¿Cuánto había cambiado su pueblo natal! Aprovechó que todos aún dormían para encontrar sin dilación su destino final. Al pasar por el parque municipal volvió a sorprenderse al leer en un enorme listón una frase que decía: "Bienvenido al pueblo del hombre que busca por el mundo el verdadero significado de la verdad". Estaba atónito, no cabía en sí de su asombro. Encontró un diario local en que se señalaban las virtudes de aquel pueblo al que proponían cambiarle el nombre por "El pueblo de la verdad". Hasta ese instante ignoraba que su búsqueda fuera tan conocida por la gente de su pueblo y mucho menos que había adquirido connotación en toda aquella región. Siguió cuidadosamente las indicaciones en el mapa y llegó a un espacio florido donde casi se desmaya de la sorpresa. Justo frente a él se hallaba erigida la casa que había diseñado para aquella hermosa mujer que conoció en un pueblo lejano. Sus padres y hermanos escucharon el rumor de que el hombre había regresado y fueron a encontrarlo. Le hicieron saber que unos años atrás, cansados de esperar su regreso, salieron a buscarlo y en el camino encontraron a un hombre quien se mostró arrepentido de haberle fallado a un verdadero amigo, les entregó una gran cantidad de dinero y les dijo que aquello era el fruto de las ganancias obtenidas de la inversión del dinero que ganó trabajando con su amigo; luego, en otro pueblo lejano, encontraron a una mujer que lloraba desdichada la pérdida del amor más grande que  había conocido y que no supo valorar. Ella les entregó los planos que aquel hombre dejó abandonados en la casa que ambos compartieron por varios meses. Con el dinero y los planos decidieron construir la casa para cuando el hombre regresara. El pueblo de la verdad preparó una inmensa celebración para su ciudadano más ilustre que se encontraba por fin de regreso en su tierra. Todos le agradecían la fama que aquel pueblo tenía gracias a su travesía. Recibían visitantes de todos lados deseosos de conocer al pueblo de la verdad, y sus negocios prosperaban sin detenerse debido al incremento en la economía que el turismo producía. El hombre se sintió regocijado de tantas buenas noticias que su camino había provocado. Al término de aquella celebración fue a descansar en la casa que él había diseñado y que sus hermanos construyeron para él con el dinero que aquel amigo les entregó. Se disponía a dormir cuando súbitamente recordó el sobre sellado que el sabio anciano  puso en sus manos con el mapa de la verdad. Buscó el sobre y lo rasgó a toda prisa, sentía curiosidad por saber su contenido. Extrajo del sobre un papel cuyas letras decían: "Querido amigo: ahora que estás de vuelta en casa y que has llevado felicidad a los tuyos, debo decirte que la verdad es y siempre será relativa. La verdad absoluta sólo la tiene Dios, pero hay una gran verdad en el interior de cada persona. Tu única gran verdad está dentro de ti. Mira en tu interior y podrás darte cuenta que en ti está la clave para ser feliz".

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